jueves, julio 16, 2009

La gran trasformación cultural y social

Harán unos 10 a12 mil años terminó la última glaciación. Poco después algunas de las muchas tierras a las que había llegado nuestra especie se hicieron muy fértiles. Las presas de caza preferidas de nuestros abuelos dejaron de migrar en busca de sus alimentos. Nos asentamos en un solo lugar y algunos de los clanes empezaron a unirse con otros de forma más permanente que en al pasado. El agrupamiento de varios clanes fue una práctica muy común pero esporádica y nada durable desde hacia varias decenas de milenios. Pero ahora se hizo en sitios duraderos. Además, fueron masificándose en un espacio relativamente pequeño. También, fruto de los razonamientos, las capacidades de observación así como de hacer experimentaciones y aprender de los resultados, surgió la domesticación de animales y plantas. Fue posible alimentar a una gran aglomeración de individuos e incluso tener excedentes. La población aumentó significativamente.

Pero ese gentío debía cohesionarse. Ese mayor número de individuos aumento la fuerza de trabajo y mejoró la defensa, pero especialmente, hubo más cerebros de sapiens haciendo lo que mejor saben hacer: creando ideas y transformando la materia que nos rodea. Las primeras, junto a las creencias y los símbolos ayudaron mucho en la cohesión de los grupos grandes. Cuanto más común fuese una creencia más fácil que todos los de un grupo respondieran a individuos guías que supieron aprovecharla. La certidumbre de la muerte estimuló la creencia más común: un concepto de espíritu que es capaz de sobrevivirla (visto anteriormente) y con el paso del tiempo ideamos más y variados conceptos de espíritus que enriquecieron esa nueva vida en niveles distintos al natural y existentes solo dentro de los cerebros humanos. Muy probablemente lo hemos hecho desde muy atrás, tal vez lo iniciamos muy cerca de nuestra aparición en el planeta aunque en menor cantidad.

Es dable que en toda estructura social habida entre los humanos modernos uno o algunos pocos individuos “supiesen interpretar” las diversas creencias, unificándolas a través de signos y símbolos con los que se identificarían muchos de los individuos o los machos alfa de cada unidad social básica hominina. Los que actualmente son llamados los chamanes o brujos de los grupos primitivos modernos, fueron en la prehistoria también los únicos en las aglomeraciones humanas “capaces de interpretar” la voluntad de los habitantes de esa espacio espiritual, en apariencia externo a nosotros, porque sentían y hacían sentir a los demás que hablaban con y por esos conceptos de espíritus protectores, que siempre recomiendan “lo mejor” para los habitantes de la fase material, incluso cuando fuera dañino para algunos individuos. Aún en forma inconsciente, los símbolos y las creencias tienen el poder de cohesionar pese a que hayan divergencias: moldeando las ideas individuales en nociones colectivas aceptadas por todos. Poco a poco, los “brujos” podían guiar a cualquier grupo por grande que se fuera haciendo. Estos personajes adquirirían gran poder y una “naturaleza sagrada”: los sacerdotes, como se les conocerían posteriormente. Para ese entonces también los sapiens fabricábamos herramientas mentales (conceptos) con las que transformábamos el modus vivendi básico de los homínidos.

Las prácticas sociales se parecían más y más a las de algunos insectos donde muchos individuos viven en espacios muy reducidos: abejas u hormigas. Nuestra conciencia dejó de ser solo individual. Colectivamente se creo ese imaginario de símbolos y conceptos con los que se organizó las funciones de los individuos dentro de ese nuevo y más grande grupo social que además adquirió colosales ventajas sobre otros grupos pequeños y principalmente sobre todas las demás especies, luego, y progresivamente se extendió entre la mayor parte de los humanos. Exceptuando a especies muy simples como los virus y las bacterias, en adelante ninguna otra podría contra nosotros: desde entonces y hasta hoy muy pocas personas serían muertas para alimentar alguna otra especie y nosotros nos alimentaríamos con todas las que pudiéramos. Muy probablemente esa invulnerabilidad nos llevó a la arrogancia de creernos seres vivientes superiores. Ahora bien, lo único que podría destruir a esta nueva agrupación humana unida y ordenada era otra igual naturaleza. Aunque no era nueva, la guerra pasó a ser un factor muy importante en las nuevas formas sociales humanas emergentes.

La territorialidad es algo que todos los animales necesitamos para sobrevivir. Sin embargo, en nosotros el instinto esta individualmente más “diluido” porque fue cedido a la territorialidad grupal a cambio de tiempo para hacer cualquier otra cosa, ya que la supervivencia pasó a ser una preocupación de la colectividad. (Ver: Nuestro cerebro III) Ahora bien, no todo es igual en un planeta muy cambiante: hay lugares donde se obtiene mayor cantidad de alimentos de las plantas y animales domesticados que en otros. Pero cuando otros humanos están asentados allí… La lucha territorial se ha dado siempre entre nosotros, sin embargo adquirió un carácter diferente cuando nos hicimos sedentarios. Iniciamos una nueva cacería colectiva contra otros grupos humanos que se defienden también colectivamente. Para aumentar la fortaleza algunos de estos se aliaron a otros afines, unidos por algún fin común. Atacar y defenderse se hizo en forma gradualmente masiva y coordinada. Además, los vencidos sobrevivientes pasaron a ser servidores forzados de los vencedores y no su alimento. Las prácticas antropófagas de larguísima y milenaria tradición dejaron de ser necesarias porque la producción alimentaria superó las necesidades energéticas de esas novedosas agrupaciones. Las ficciones conceptúales, producción de alimentos, simbologías, identidad grupal y la guerra fueron algunas de las herramientas e instrumentos que construimos para civilizarnos.

Y, ¡tenemos conciencia de ello! Tal vez no todos los miembros de la especie… pero los que la tienen la están difundiendo.

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