"Como hemos sido siempre conscientes que eventualmente moriremos, los humanos moldeamos nuestras vidas a partir de esa certeza."
Una de mis opiniones sobre nosotros.
Otras son:
Harán unos 10 a12 mil años terminó la última glaciación. Poco después algunas de las muchas tierras a las que había llegado nuestra especie se hicieron muy fértiles. Las presas de caza preferidas de nuestros abuelos dejaron de migrar en busca de sus alimentos. Nos asentamos en un solo lugar y algunos de los clanes empezaron a unirse con otros de forma más permanente que en al pasado. El agrupamiento de varios clanes fue una práctica muy comúnpero esporádica y nada durable desde hacia varias decenas de milenios. Pero ahora se hizo en sitios duraderos. Además, fueron masificándose en un espacio relativamente pequeño. También, fruto de los razonamientos, las capacidades de observación así como de hacer experimentaciones y aprender de los resultados, surgió la domesticación de animales y plantas. Fue posible alimentar a una gran aglomeración de individuos e incluso tener excedentes. La población aumentó significativamente.
Pero ese gentío debía cohesionarse. Ese mayor número de individuos aumento la fuerza de trabajo y mejoró la defensa, pero especialmente, hubo más cerebros de sapiens haciendo lo que mejor saben hacer: creando ideas y transformando la materia que nos rodea. Las primeras, junto a las creencias y los símbolos ayudaron mucho en la cohesión de los grupos grandes. Cuanto más común fuese una creencia más fácil que todos los de un grupo respondieran a individuos guías que supieron aprovecharla. La certidumbre de la muerte estimuló la creencia más común: un concepto de espíritu que es capaz de sobrevivirla (visto anteriormente) y con el paso del tiempo ideamos más y variados conceptos de espíritus que enriquecieron esa nueva vida en niveles distintos al natural y existentes solo dentro de los cerebros humanos. Muy probablemente lo hemos hecho desde muy atrás, tal vez lo iniciamos muy cerca de nuestra aparición en el planeta aunque en menor cantidad.
Es dable que en toda estructura social habida entre los humanos modernos uno o algunos pocos individuos “supiesen interpretar” las diversas creencias, unificándolas a través de signos y símbolos con los que se identificarían muchos de los individuos o los machos alfa de cada unidad social básicahominina. Los que actualmente son llamados los chamanes o brujos de los grupos primitivos modernos, fueron en la prehistoria también los únicos en las aglomeraciones humanas “capaces de interpretar” la voluntad de los habitantes de esa espacio espiritual, en apariencia externo a nosotros, porque sentían y hacían sentir a los demás que hablaban con y por esos conceptos de espíritus protectores, que siempre recomiendan “lo mejor” para los habitantes de la fase material, incluso cuando fuera dañino para algunos individuos. Aún en forma inconsciente, los símbolos y las creencias tienen el poder de cohesionar pese a que hayan divergencias: moldeando las ideas individuales en nociones colectivas aceptadas por todos. Poco a poco, los “brujos” podían guiar a cualquier grupo por grande que se fuera haciendo. Estos personajes adquirirían gran poder y una “naturaleza sagrada”: los sacerdotes, como se les conocerían posteriormente. Para ese entonces también los sapiens fabricábamos herramientas mentales (conceptos) con las que transformábamos el modus vivendi básicode los homínidos.
Las prácticas sociales se parecían más y más a las de algunos insectos donde muchos individuos viven en espacios muy reducidos: abejas u hormigas. Nuestra conciencia dejó de ser solo individual. Colectivamente se creo ese imaginario de símbolos y conceptos con los que se organizó las funciones de los individuos dentro de ese nuevo y más grande grupo social que además adquirió colosales ventajas sobre otros grupos pequeños y principalmente sobre todas las demás especies, luego, y progresivamente se extendió entre la mayor parte de los humanos. Exceptuando a especies muy simples como los virus y las bacterias, en adelante ninguna otra podría contra nosotros: desde entonces y hasta hoy muy pocas personas serían muertas para alimentar alguna otra especie y nosotros nos alimentaríamos con todas las que pudiéramos.Muy probablemente esa invulnerabilidad nos llevó a la arrogancia de creernos seres vivientes superiores. Ahora bien, lo único que podría destruir a esta nueva agrupación humana unida y ordenada era otra igual naturaleza. Aunque no era nueva, la guerra pasó a ser un factor muy importante en las nuevas formas sociales humanas emergentes.
La territorialidad es algo que todos los animales necesitamos para sobrevivir. Sin embargo, en nosotros el instinto esta individualmente más “diluido” porque fue cedido a la territorialidad grupal a cambio de tiempo para hacer cualquier otra cosa, ya que la supervivencia pasó a ser una preocupación de la colectividad. (Ver: Nuestro cerebro III) Ahora bien, no todo es igual en un planeta muy cambiante: hay lugares donde se obtiene mayor cantidad de alimentos de las plantas y animales domesticados que en otros. Pero cuando otros humanos están asentados allí… La lucha territorial se ha dado siempre entre nosotros, sin embargo adquirió un carácter diferente cuando nos hicimos sedentarios. Iniciamos una nueva cacería colectiva contra otros grupos humanos que se defienden también colectivamente. Para aumentar la fortaleza algunos de estos se aliaron a otros afines, unidos por algún fin común. Atacar y defenderse se hizo en forma gradualmente masiva y coordinada. Además, los vencidos sobrevivientes pasaron a ser servidores forzados de los vencedores y no su alimento. Las prácticas antropófagas de larguísima y milenaria tradición dejaron de ser necesarias porque la producción alimentaria superó las necesidades energéticas de esas novedosas agrupaciones. Las ficciones conceptúales, producción de alimentos, simbologías, identidad grupal y la guerra fueron algunas de las herramientas e instrumentos que construimos para civilizarnos.
Y, ¡tenemos conciencia de ello! Tal vez no todos los miembros de la especie… pero los que la tienen la están difundiendo.
Hace unos 35 a 40 mil años nuestra especie, la única humana sobreviviente, poblaba casi todo el planeta. Los pocos millones de individuos, llegaron a los 8 cerca del fin de la prehistoria, eran seminómadas, cazadores y recolectores. El uso de las manos plasmando en un objeto o pintura lo que el cerebro imagina cierra un ciclo de varios millones de años de evolución tanto genética como la no genética influenciándose mutuamente: en ese cerebro se podía imaginar porque el uso de las manos en la fabricación de armas y utensilios en especies anteriores le había hecho crecer hasta poder plasmar lo imaginado. (Ver: Nuestro cerebroI, II y III)
Ya no se conocían entre sí ninguno de los descendientes del grupo original salido de África harán 65 a 70 milenios. Sin embargo, todos tenían algo en común: la evolución cerebral que hemos visto hasta ahora y la acumulación de conocimientos en cantidades muy lejanas a los simples primeros memes que nos transmitió la especie de la que evolucionamos. Ese mayor cerebro podía hacer mucho más que los simples razonamientos que pudieron tener las demás especies anteriores del género Homo. La evidencia arqueológica nos muestra una mayor frecuencia en la aparición de herramientas, armas, utensilios y adornos cada vez más perfeccionados junto a otros objetos o pinturas rupestres que reflejan la existencia de un pensamiento simbólico la cual podían representar materialmente y además tenían conciencia de lo que hacían. Los estudios en genética corroboran que las pequeñas mutaciones genéticas entre ellos y nosotros son irrelevantes como para un cambio de especie: podían entonces, igual que nosotros, aprender, imaginar, concienciar, buscar respuestas a sus dudas existenciales y aplacar sus temores. Sus conclusiones las condicionaban, como ahora, la cantidad de conocimientos que tenían. Es obvia esa diferencia. Esos se acumularon en nuestros circuitos neuronales hasta la invención de la escritura y aún después. Es un factor que ha contribuido mucho al aumento del número de neuronas y sus circuitos, a su vez producen esas nuevas cualidades. La supervivencia continúa siendo la razón o el por qué del Sistema Nervioso Central que ahora tiene nuevas armas: la conciencia y la imaginación, nunca vistas en otras especies.
Nuestro mayor y más profundo temor es a lo desconocido y lo que menos hemos conocido es la muerte. Experimentar la de alguien cercano nos ha producido en general, miedo (al concienciar la propia) gran dolor, soledad, sensación de vacío y tristeza. También, desde muy jóvenes somos conscientes que vamos a morir. Es exclusivo de nuestra especie. Sin embargo, en nuestras primeras decenas de milenios de vida, nuestra prodigiosa imaginación, que nos ha permitido disfrutar del arte (incluyendo la música) tener tiempo ocioso ( ver entrega anterior) también podía mitigar el problema de nuestro miedo existencial a la muerte. Para ello creamos un concepto: el del alma o espíritu. (Probablemente uno de los primeros de una larga lista de conceptos que hemos fabricado para hacernos más llevadera la cotidianidad.) Ese temor ancestral disminuye al imaginar que algo en uno no morirá. Además, se alivian las sensaciones depresivas por una muerte cercana, “sus espíritus siguen vivos”. Ahora bien, cómo los órganos internos son iguales o muy parecidos entre los animales ese espíritu debía estar en algo diferente: en el razonar, el amor, la creatividad, conversar y departir en felicidad o tristeza entre nosotros y demás que pasan a ser cualidades que lo reflejan, además fue considerado inmaterial e inmortal. Todavía después de tantos milenios esa misma creencia nos consuela ante la certeza de la muerte. No es sino hasta los últimos 5 a 10 años que descubrimos que esas cualidades eran funciones cerebrales, algunas del sistema límbico otras de la corteza cerebral pero principalmente de los circuitos neuronales elaborados entre todas. Conforme pasó el tiempo la creencia en espíritus se extendió a que otros seres vivientes y hasta inertes los poseían, también creamos conceptos sobre seres de origen inmaterial conviviendo con todos en esa vida sobrenatural que se enriquecía más y más. Así fue desarrollándose esa imaginación, que llegó a conciencia, colectiva: la unión al unísono de todas las imaginaciones individuales de un grupo. El concepto de espíritu fue la base desde la que creamos él de una vida sobrenatural.
Además, como toda herramienta que hemos fabricado (los conceptos son instrumentos mentales) nos da ventajas para nuestra supervivencia individual y colectiva: sí uno conceptúa que es protegido de alguna forma por un ser inmortal y superior tiene más posibilidades de sobrevivir ya que el organismo se prepara mejor para lo que venga. Lo mismo ocurre a nivel colectivo: los judíos han sido perseguidos sangrienta y mortalmente por mucho tiempo, su creencia en ser el pueblo escogido de una de esas ficciones inmateriales, los han hecho capaces de sobrevivir al acecho mortal del peor depredador que cualquier Homo sapiens pueda tener: otro(s) de nosotros. Las creencias judías en sus mitos les han dado identidad, fortaleza pero sobretodo: por y para qué vivir.
Las creencias son funciones cerebrales. Las pruebas con resonancia magnética funcional (RMf) [*] (que son las que nos han dado luz sobre todas esa funciones del cerebro) hechas a individuos a quienes se les expone a imágenes o temas relacionados con sus creencias se les activan circuitos cerebrales ya conocidos por los neurobiólogos. Hay en nosotros una respuesta orgánica a la creencia en los centros emocionales del sistema límbico: por ende, la creencia es una emoción. ¿Podría conllevar a que hubo en nuestra historia una presión selectiva que hizo que los individuos con esta capacidad biológica más desarrollada sobrevivieran más que los que no? El volcán Toba ubicado en una isla de lo que hoy es el archipiélago de Indonesia, que para entonces era un península, explotó hace unos 70 mil años y produjo un invierno volcánicocuello de botella de población: drástica caída del número de individuos de un grupo. Es una teoría, pero es congruente con los estudios genéticos del cromosoma Y que muestran ese declinar, también que todos los humanos que habitamos hoy la Tierra provenimos de un grupo sobreviviente hace 70000 en África. Posteriormente al fenómeno pareciera además que sobrevivieron los que tenían sus creencias más definidas. Lo que sí es cierto es que la cantidad de rituales aumenta, hay más rastros arqueológicos y más representaciones rupestres o en objetos, de esa vida sobrenatural porque aumentó nuestracapacidad para crear deidades: todos lo hacían ymayormente son zoomorfas. Debió haberse iniciado antes que partiera de África del grupo del que se originaria toda la humanidad actual puesto que no hay grupo humano que haya vivido en los últimos 10 milenios y que dejara algún rastro arqueológico y todos los del mundo hoy, que no haya tenido o tenga conceptos de divinidades a las que veneren. provocando a su vez un
De hecho, el más antiguo de los centros rituales de veneración está en África. Tiene forma de serpiente y se ha fechado en ¡70 mil años! Es interesante que todas las religiones antiguas y muchas que aún se practican tienen serpientes entre sus mitos, incluyendo pueblos de los que no se sabía de su existencia sino hasta los últimos 5 siglos: los aborígenes australianos que no necesitaron civilizarse, o las muy civilizadas de las Américas preeuropeas. Pero, en las primeras centenas de milenios de nuestra existencia no había religiones todavía, estas serían parte muy importante del próximo y espectacular paso que íbamos a dar. Por el momento solo creábamos conceptos de dioses en varios niveles dentro de él de vida sobrenatural. Muy posiblemente también desarrollamos la idea (o mejor dicho, la fantasía) de que éramos parte de un estado intermedio entre esa vida imaginaria existente solo al interior de nuestros cerebros y el resto de los animales y seres vivientes. Todavía muchos así lo entienden.
Y, ¡tenemos conciencia de ello! Tal vez no todos los miembros de la especie… pero los que la tienen la están difundiendo.